Javier Martinez

HISTORIAS

“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas…”

Es el célebre comienzo de una célebre novela, A Tale of Two Cities de Charles Dickens. Se tradujo al español como Historia de Dos Ciudades. ¿Discutible? Pareciera que sí: ‘Tale’ es cuento, narración, relato de sucesos no necesariamente ciertos; el inglés admite otro término equivalente: ‘story’. Parecido a historia, pero no es historia. Pero en castellano podemos aceptar que un cuento es una historia –y también llevamos mucho tiempo diciéndonos que eso de la historia es puro cuento. Al inglés tampoco le ha ido muy bien aclarando el significado distintivo de la palabra ‘history’, sobre todo después que un canal de TV de pago presenta como ‘history’ temas como la bacinica que encontró un señor en su desván y un programa llamado “Quién da más”.

Es que parece que el significado de la palabra Historia tiene mucho que ver con su contexto… histórico.

El relato deportivo (sobre todo en la era de la radio) es un género literario rico en hipérboles, exageraciones grandilocuentes que escuchamos ¡y entendemos! en un estado emocional que nos hace propensos a imaginar realidades nuevas. A menudo lo hace mediante metáforas eufóricas (“se viene abajo el estadio”, “un gigante en el arco”…). Pero también adaptando, o directamente creando conceptos. La noción de lo histórico es un caso notable:

“¡¡¡Goleador histórico, goleador histórico, goleador histórico!!!”, gritaba emocionado el relator del partido el día que Esteban Paredes hizo su gol número 216, superando por uno el récord que mantenía desde hacía años el gran Chamaco Valdés en el fútbol chileno. Era una puerta sobrepasada, la del 215, la que convertía un gol por demás no muy en especial en uno que lo “inscribía en las páginas de la historia” (al entrar en ellas el gran Esteban se debe haber sorprendido de encontrar a un colega que llevaba ese título sin haberse acercado siquiera a sus goles, pero que le había hecho uno a la selección argentina jugando por clasificatorias a un Mundial, y eso lo convertía en único: “el histórico Orellana”). De manera que podíamos colegir que la palabra “histórico” quería decir algo así como “record”.

Esto no fue solo una de las “cosas del fútbol”: era algo que se había venido enraizando en la cultura con el triunfo del capitalismo, cocinando una mezcla de empirismo vulgar con ‘fin de las ideologías’. Nada es real si no puede medirse, ergo todo lo real son datos, nada es trascendente si no supera otros datos (por alguna razón, da lo mismo cuál: por ser el más alto, el más bajo, el primero o el último, o el único de una serie). Entonces la historia ya no es cuento, ni relato jerarquizado de causas y efectos, o de cuestiones más importantes que otras, ni es elegía de tiempos pasados: es rankings, es estadísticas. ¡Hazte a un lado, Heródoto! Anda a contarle las Guerras Médicas a tu abuela. La actualidad tiene otro libro de historia: el Libro de los Records de Guinness.

(Cualquier coincidencia que se quiera trazar entre los relatos del fútbol y un seminario de economistas hablando de los países de la OCDE es malintencionada: el relator siempre se refiere a un encuentro épico, y su emoción es casi siempre auténtica).

Pero el fútbol tiene su elocuencia, porque es un lenguaje mucho más universal que los idiomas. Entonces vuelvo al Chamaco Valdés: la verdad es que siempre me maravilló su genialidad para distribuir el juego, haciendo entrar de manera sorprendente a alguien que parecía rezagado, poniendo el balón por abajo cuando todos pensaban que iría por arriba, moviendo a ambos equipos de sus posiciones sin casi moverse él… y casi no me acordaba que hacía muchos goles, ni menos de la cantidad precisa de los que hizo. O sea que era su calidad, su incidencia en la totalidad, en el conjunto del juego lo que a un espectador (y seguro también a los relatores de su tiempo) lo hacía destacar a Chamaco como un gran jugador, histórico, si se me permite, no la cantidad de veces que llegó a la red; y resulta por eso tan injusto que se vea su dimensión hoy día solamente por el lugar que ocupó en ese ranking, como torpe resultaría valorar así hoy día al Mago Valdivia o comparar por sus estaturas a Pelé y Maradona. No, eso no puede ser historia, sino a lo sumo basura para el History Channel. Los datos no son la historia, son apenas pistas (a veces irrelevantes incluso) para buscarla.

¿Qué significado podemos darle entonces a la palabra Historia? (¿O historia, así con minúsculas, nomás que sea?).

Lo más importante parece ser que se dice del relato de acontecimientos o sucesos que tienen efectos suficientemente relevantes como para alterar el decurso de su entorno: un terremoto, la acción temeraria de un héroe que salva a la ciudad, un concepto que abre otro modo de ver el mundo, un poema que crea una nación…

La palabra se usa mucho en estos días en que el país ha vivido –está viviendo– un estallido social, y la posibilidad de un camino de superación de éste. Y me parece que evitar algún uso abusivo de la propia palabra sería parte esencial de la salida. Me refiero especialmente a los reclamos por escribir desde ya los nombres de los protagonistas (los buenos y los malos) en esta historia. ¿Qué, quién ha sido, está siendo histórico (remarcable, fundamental, indispensable) en este proceso? Los candidatos, como suele suceder, son muchos, demasiados. Aspiran a que una página en el futuro los nombre, con mayor ansiedad incluso que la que tanta gente común demuestra hoy de que alguien en el presente les reconozca, les escuche y no les aplaste y atropelle.

Los veríamos si pudiéramos volver al futuro: los que reclamarán records (el que antes lo vio venir, el que lo dijo más fuerte, el que se movilizó más veces o con más decisión, …); los que reclamarán papel heroico (el que sacó la pistola, el que se negó a sacar la pistola, el que dialogó hasta que doliera, el que condenó más firmemente al malo, el que hizo que los demás dialogaran…); o los que se reclamarán como representantes de una entidad abstracta, el pueblo, la gente, las víctimas permanentes de alguna maldad inveterada. Son historias imaginarias, pre-narradas, que puestas a interactuar pueden derivar en un amasijo conducente a la luz o a la tragedia. (“Historias”: así en plural se llamaba a propósito el libro de Heródoto de Halicarnaso, que nos llegó en latín como Historiae, no Historia).

Pero probablemente habría que recordar a todos los heroicos recién llegados a esta mesa que ésta fue servida por profundos movimientos subterráneos, de placas tectónicas en movimiento que no tienen uno sino millones de nombres. Y que nunca tantos tuvieron que hacer tanto para que tan pocos tuvieran que moverse un poco.

Tal vez lo más notable sea que a partir de ello puede surgir de nuevo, por algún intersticio, un país más democrático. Otra vez sin miedo. Sin odio. Sin violencia.

 

 

 

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Septiembre 30, 2022

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