Tokio, el mapa particular

(un recorrido por el Tokio de los libros)

María José Ferrada

 (Fotografía de Rodrigo Marín)

Existen diferentes tipos de mapas para recorrer Tokio. El más común y posiblemente también el más práctico, pensando en que son pocos los extranjeros que hablan japonés, es el de que aparece en cualquier guía de viajes. Barrios (Shibuya suele encabezar el listado), museos (para los amantes del grabado japonés nada como el Museo Ota) y comidas (si decide  arriesgarse a comer sashimi de fugu y no quieres morir envenado debe chequear que el cocinero tenga el certificado correspondiente. El listado temático de los imperdibles es preciso y claro.

Pero existe un segundo tipo de mapa, que es el que cierto tipo de viajero dibuja a su medida. No hay uno igual a otro y el dibujo puede tomar años.

 

 

Banana Yoshimoto: Takeshita Dori

El mapa, como suelen ser los mapas de confección particular, no ha resultado tan fiel como esperaba. Hay un Tokio inventado en base a trozos de lecturas y algunas películas –ayer, mientras caminaba por Rikugien y se internaba en los poemas, recoradaba al protagonista de uno de los Sueños de Akiro Kurosawa y su recorrido por el campo de girasoles de Van Gogh­– y otro Tokio real.

 

Era de esperar, piensa mientras revuelve su café o kohi (palabra escrita en katakana, alfabeto que se utiliza para escribir marcas y palabras de procedencia extranjera) que toma en el Doutor, una cadena cuyos locales se encuentran en cada esquina de Tokio. Pero hay una novela que ha marcado en su dibujo y que no quisiera irse sin visitar: Kitchen de Banana Yoshimoto.

 

¿Por qué amo tanto las cosas de la cocina? Es extraño. Las quiero como un anhelo lejano grabado en la memoria de la mente. Cuando estoy aquí, todo regresa al punto de partida y hay algo que vuelve a mí”, decía Mikage, la joven e infantil protagonista que tras la muerte de su abuela, decide refugiarse en una cocina.

 

El libro, publicado en 1988, que fue un éxito mundial, hablaba de un nuevo tipo de japonés: uno que a diferencia de sus esforzados y fuertes progenitores, era frágil. Y es que la aparición de la novela coincidía con la llegada de un hecho que marcaría –o torcería más bien– el rumbo del gigante japonés: la crisis deflacionaria de los noventa que además de hacer tambalear al país y repercutir en las economías del mundo entero, trajo consigo fuertas cambios para la sociedad japonesa: despidos que hasta ese momento habían sido impensados, un costo alto de vida que solo podía alcanzarse sumando horas a la ya intensa jornada de trabajo y un sistema de viviendas cada vez más estrechas, solo por nombrar algunos. La adultez ya no es el paraíso tentador de antaño, parecía explicarle al viajero la protagonista de Kitchen.

 

Algunos de los herederos de este quiebre –del que Japón por lo menos en términos económicos, con altos y bajos, se ha recuperado– son los que hoy aparecen en las cifras del Instituto Japónés de Población y Seguridad Social: según una encuesta realizada en el 2015 a 5000 solteros de entre 18 y 35 años, un 42% de los hombres y un 44% por ciento de las mujeres nunca ha tenido relaciones sexuales y se calcula que en las próximas dos décadas, uno de cada tres hombres será soltero o célibe de por vida. El motivo del estudio: la inquietud provocada por el bajísimo índice de natalidad y el envejecimiento progresivo de la población japonesa.

 

Así, solitarios, muchos de ellos por propia opción, los parientes cercanos de la generación de “los tres fracasos” (trabajo, estudios,  familia) como se llamó a la juventud frustrada de los años posteriores al quiebre enconómico, continúan caminando por las calles de Tokio.

 

Es en Takeshita Dori, una pequeña calle peatonal del barrio de Harajuku, donde nuestro viajero cree divisarlos, visitando los estrechos y siempre repletos idols shops (tiendas dedicadas al merchandising de ídolos de moda); comprando un vestido en las tiendas especiales para gothic lolitas, o perdidos en la revisión de los estantes de los hyakuen shop (todo a 100 yen) donde es posible encontrar lápices con la figura de una muñeca, cubiertas para móvil del protagonista de un cómic, linternas con la cara de Hello Kytty, calcetines de Doraemon, chocolates con sabor a wasabi y gorros con orejas de conejo. La enumeración de los pequeños y estrafalarios objetos, podría ocupar varias páginas. Y es que el mercado como suele pasar, ha encontrado la forma de sacarle partido a la actitud de los niños eternos.

 

Nuestro viajero, con una especie de nostalgia, que no entiende bien de donde viene, da una última mirada, para ver si alguna de esas mujeres se parecerá a Mikage, la protagonista de la novela de Yoshimoto. Decide que no y parte.

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Julio 10, 2020

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